En la economía de la especulación las profecías son autorrealizables. Si los expertos dicen que tal empresa se va a dar en la torre todos sacan su dinero, y sin dinero, la empresa se da en la torre. Infinidad de casos demuestran que una empresa puede perder todo su “valor” sin perder a un solo cliente, despedir a un solo empleado y conservando toda su infraestructura.
Los financieros, con sus profecías, controlan sin arriesgar nada, los destinos económicos de miles de miles de individuos.
¿Que tanto nuestras profecías son también autorrealizables? ¿Que tanto nosotros mismos condicionamos el éxito o fracaso de nuestra pequeña empresa individual? Esto raya en la insípida conferencia inspiracional, pero habría que tomarlo en la siguiente dimensión: ¿Que tanto nuestras profecías pueden influenciar los destinos de miles de miles de individuos, o de nosotros mismos? El poder de algunas mentes sobre masas vulnerables es innegable. ¿Donde nos colocaremos nosotros dentro de eso? Es un hecho que nuestro alrededor nos otorga meritos que no tienen fundamento en la realidad. De la misma manera que, aun ahora, los economistas voltean hacia el Gringo en busca de guía económica, a pesar de que es la nación con la mayor deuda del mundo.
El malviaje es autoinflingido, producto del, creemos, objetivo autodesprecio. Y al despreciarnos terminamos autosaboteandonos. Si la mentira convence a los demás, porque no a nosotros mismo? Nuestros estándares son más altos. Quizás. O quizás solo estamos siguiendo la predicción que nosotros mismos lanzamos.
Puede decirse que como en la economía de la especulación, cuando la disparidad entre el invento y la realidad llega a un extremo, el sistema se da en la madre; así igual cualquier mentira que digamos nosotros tiene un límite. Pero lejos estamos de él, puesto que nada hemos hecho.
Al final es igual, dijimos algo y nos lo creímos, y ya no pasa nada. Igual habría que creernos otra mentira.